La denuncia de Franz Boas (Antropolgía y espionaje). Portal Opera Mundi, 10/6/09
http://www.operamundi-magazine.com/2009/06/la-denuncia-de-franz-boas.html
La denuncia de Franz Boas
POR David Price
En 1919 la antropología estadounidense evitó enfrentar la discusión acerca de que los antropólogos utilizaban su trabajo para encubrir actividades de espionaje.
Y ha rechazado el enfrentamiento desde entonces. El actual código ético de la Asociación Antropológica Americana no contiene prohibiciones específicas concernientes a espionaje o investigaciones secretas
El 20 de diciembre de 1919, bajo el encabezado “Científicos como espías”, The Nation publicó una carta de Franz Boas, el padre de la antropología académica en Estados Unidos. Boas acusaba a cuatro antropólogos norteamericanos, de quienes no dijo su nombre, de haber abusado de sus puestos de investigadores profesionales para llevar a cabo actividades de espionaje en Centroamérica durante la Primera Guerra Mundial. Boas condenó enérgicamente las acciones de esos estudiosos, señalando que habían “prostituido la ciencia al utilizarla como una fachada de sus actividades como espías”. Los antropólogos que espiaron para su país traicionaron severamente su ciencia y dañaron la credibilidad de todas las investigaciones antropológicas, Boas escribió; un científico que utiliza su investigación como tapadera de espionaje político merece no ser clasificado como científico.
La reacción más significante por su carta ocurrió diez días después en el encuentro anual de la Asociación Antropológica Americana (AAA), cuando su consejo gubernamental votó para censurar a Boas, removiéndolo de la agrupación y presionándolo para que renunciara al Consejo de Investigación Nacional. Tres de los cuatro presuntos espías (sus nombres, ahora los sabemos, eran Samuel Lothrop, Sylvanus Morley y Herbert Spinden) votaron para censurarlo; el cuarto, John Mason, se abstuvo. Tiempo después, Mason escribió a Boas una carta de disculpa explicando que él había espiado por un sentimiento de deber patriótico.
Una variedad de factores extraños contribuyó a la censura contra Boas (rivalidades entre autoridades, diferencias personales y posiblemente antisemitismo). El consejo gubernamental de la AAA estaba menos preocupado por la gravedad de las acusaciones que por la posibilidad de que los nombres de los antropólogos salieran a la luz pública, lo que hubiera puesto en peligro el resto de las actividades “antropológicas” realizadas en investigaciones de campo. Por eso acusaron a Boas de “abusar” de su posición profesional para fines políticos.
Labor altamente recomendable
En 1919 la antropología estadounidense evitó enfrentar las cuestiones éticas que Boas puso en la mesa de discusión acerca de que los antropólogos utilizaban su trabajo para encubrir actividades de espionaje. Y ha rechazado el enfrentamiento desde entonces. El actual código ético de la AAA no contiene prohibiciones específicas concernientes a espionaje o investigaciones secretas. Algunos de los antropólogos que realizaron labores de espionaje durante la Primera Guerra Mundial lo hicieron en la siguiente. En los inicios de la Guerra Fría, Ruth Benedict y otros de sus colegas trabajaron para la corporación RAND y para la Oficina Naval de Investigación. En la guerra de Vietnam, algunos antropólogos contribuyeron en proyectos con aplicaciones militares estratégicas.
Hasta el momento ha habido muy pocos avances acerca de la veracidad de las acusaciones de Boas de 1919 o de la fuerza ética de su testimonio. Aunque los documentos del FBI abiertos bajo el Acta de la Libertad de Información arrojaron nueva luz sobre ambas posiciones.
El FBI produjo 280 páginas de documentos referentes a uno de los individuos acusados por Boas: el arqueólogo de Harvard Samuel Lothrop. El archivo del FBI de Lothrop establece que durante la Primera Guerra Mundial efectivamente espió para la Inteligencia de la Marina, realizando un trabajo “altamente recomendable” en el Caribe hasta que “su identidad como agente de la Inteligencia Naval fue descubierta”. Hay más: en la Segunda Guerra Mundial regresó al redil, sirviendo en el Servicio Especial de Inteligencia (SIS) que J. Edgar Hoover creó dentro del FBI para coordinar toda la actividad sobre inteligencia en Centro y Sudamérica. Durante la guerra, el SIS infiltró a aproximadamente 350 agentes en Sudamérica, donde llevaban a cabo acciones de inteligencia, además de que alimentaban con información a Axis Netwoks. Lothrop fue infiltrado en Lima, Perú, donde monitoreaba importaciones, exportaciones y desarrollos políticos. Para mantener su identidad secreta simulaba investigaciones arqueológicas.
Desde su llegada a Lima a mediados de diciembre de 1940, Lothrop enfrentó tantos contratiempos que sus comunicados fueron interceptados por los operativos de inteligencia británicos, peruanos, japoneses y alemanes. Para agosto de 1941 estaba preocupado de que su insignificante progreso arqueológico pudiera llevar a que descubrieran la verdadera naturaleza de su trabajo. Lothrop reportó al FBI sus temores de ser detectado: “El encubrimiento de mi labor arqueológica en Perú se basa en el entendimiento de yo estaría en este país seis meses o menos. Es tan endeble que algún día alguien empezará a preguntar por qué un arqueólogo pasa la mayoría de su tiempo haciendo preguntas. Esto no ha sucedió antes debido a que los auspicios de la Rockefeller para investigación en Perú me ha puesto en contacto con personajes de mi profesión, así como con autoridades gubernamentales”.
Lothrop se refería a la Fundación Rockefeller, que financiaba a 20 arqueólogos que hacían excavaciones en Perú, Chile, Colombia, México, Venezuela y en otras naciones de Centroamérica. La fundación utilizó sus enlaces con una gran variedad de instituciones académicas y de investigación –incluyendo Harvard, el Museo Peabody, el Instituto de Investigación Andina y el Instituto Carnegie– como fachada en Perú. El arqueólogo Gordon Willey, quien trabajaba en un instituto del Proyecto de Investigaciones Andinas en Perú y que tenía algún contacto con Lothrop en ese tiempo, recordaba que “era una especie de secreto a voces que Sam estaba llevando a cabo una labor de espionaje, mucha de la cual al parecer estaba relacionada con los alemanes que se reunían en el bar del hotel Bolívar”.
Lothrop era considerado un agente valioso que recababa información importante sobre las políticas peruanas y de prominentes figuras públicas. Una evaluación del FBI señalaba que en sus cuarteles “recibían ocasionalmente información lo suficientemente importante por parte del señor Lothrop para transmitirla al Presidente”. La fuente principal de Lothrop era un asistente del ministro de gobierno y policía peruano. En la primavera de 1944 ese informante renunció a su posición gubernamental y empezó “a trabajar exclusivamente bajo la dirección del doctor Lothrop”. En mayo de 1944 la embajada de Estados Unidos reportó que el principal informante de Lothrop estaba perfectamente al tanto de la vinculación del antropólogo con el SIS. La cubierta de Lothrop fue comprometida por cuatro investigadores peruanos, quienes se enteraron de que el informante del antropólogo había estado trabajando más para la embajada norteamericana que para la policía y el gobierno peruanos.
El FBI decidió poner a prueba la confiabilidad del principal informante de Lothrop asignándole que recabara información de individuos y eventos inexistentes. Se proporcionó una información acerca de una presunta celebración antijudía próxima a celebrarse, incluyendo asimismo una lista de individuos que supuestamente estarían presentes. Pese a que la celebración nunca ocurrió, el informante proveyó un reporte exhaustivo de la misma. También proporcionó reportes de celebraciones conmemorativas –inexistentes– del bombardeo a Pearl Harbor, así como de un espía alemán ficticio que habría desembarcado en Perú.
Lothrop fue instruido de que no dijera nada al informante de que su duplicidad había sido detectada: en vez de eso se le dijo que habían cesado los fondos para pagar informantes. Lothrop se negaba a creer que su informante mentía y envió una carta de renuncia a J. Edgar Hoover. Su renuncia fue aceptada y regresó a Estados Unidos a reinstalarse a sus tareas académicas en el Museo Peabody de Harvard y en el Instituto Carnegie.
Oficio de guerra
Por lo que ahora se conoce de la larga carrera de Lothrop en el espionaje sugiere que la censura a Boas por parte de la AAA en 1919 envió un mensaje claro a él y a otros de que el espionaje encubierto por la ciencia al servicio del Estado era aceptable. En cada una de las guerras y acciones militares que siguieron a la primera conflagración mundial los antropólogos confrontaron muchos de las presiones denunciadas por Boas en su carta de 1919 a The Nation.
Aunque casi todos los antropólogos estadounidenses prominentes (incluyendo a Ruth Benedict, Gregory Bateson, Clyde Kluckhohn y Margaret Mead) participaron con su esfuerzo en la Segunda Guerra Mundial, rara vez lo hicieron bajo el pretexto de su trabajo de campo, como lo hizo Lothrop. Sin enumerar la amplia variedad de actividades en las que las habilidades de dichos antropólogos fueron aplicadas dentro del servicio militar, una distinción fundamental ética puede hacerse entre aquellos que (como Boas lo denunció) “prostituyeron la ciencia al utilizarla como cubierta de sus labores de espías” y aquellos que no lo hicieron. La Segunda Guerra Mundial, asimismo, estimuló discusiones, francas y soterradas, acerca de la utilización de los conocimientos de los antropólogos en tiempos de guerra, creando condiciones en las cuales, como la antropóloga Laura Thompson lo resalta, se convirtieron en “técnicos para venderse al mejor postor”. Aunque los dogmas racistas del nazismo fueron una afrenta al punto de vista antropológico de la igualdad inherente de la humanidad, Boas (quien falleció en 1942) probablemente también habría condenado a sus colegas que utilizaron la ciencia para encubrir labores de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial. Aproximadamente la mitad de los antropólogos estadounidenses contribuyó con su esfuerzo en tiempos de guerra, con docenas de miembros prominentes que prestaron sus servicios a la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), para la Inteligencia de la Marina y del Ejército y de la Oficina de Información de Guerra estadounidenses.
En las décadas siguientes hubo numerosas interacciones públicas y privadas entre los antropólogos y las áreas de inteligencia. Algunos antropólogos aplicaron sus conocimientos en la CIA desde los orígenes de ésta en 1947 y posiblemente lo sigan haciendo actualmente. Para algunos de ellos esto era una transición lógica del espionaje en tiempos de guerra a las labores de la OSS y otras organizaciones; unos más consideraron a la CIA como una agencia preocupada en recabar información para perfilar políticas más que como un brazo secreto del Estado para determinar gobiernos extranjeros e implantar guerras clandestinas en la Unión Soviética y entre los aliados de ésta.
La Asociación Antropológica Americana (AAA) también colaboró secretamente con la CIA. A principios de los años cincuenta del siglo XX el buró ejecutivo de la AAA negoció un acuerdo secreto con la CIA mediante el cual personal y computadoras de la agencia fueron utilizados para crear un directorio de miembros de la AAA, mostrando sus áreas lingüísticas y geográficas, junto con sumarios de sus intereses de investigación. Bajo este acuerdo, la CIA desarrolló bases de datos para sus propios intereses sin que nadie la cuestionara. Cuál fue el uso que la CIA dio a estas bases de datos nadie lo sabe, pero la relación con la AAA fue parte de una política establecida que autorizó al Estado hacer uso de su capital intelectual. El conocimiento antropológico de la lengua y la cultura de los habitantes de las regiones del tercer mundo donde la agencia llevaba a cabo guerras cubiertas y encubiertas era invaluable para la CIA. Por ejemplo, cuando la Agencia de Investigaciones entronizó a Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, un antropólogo reportó, bajo un seudónimo, a la inteligencia y a la división de investigaciones del Departamento de Estado norteamericano las filiaciones políticas de los prisioneros aprehendidos durante el golpe militar.
Durante la Guerra de Corea, lingüistas y etnógrafos asistieron las actividades estadounidenses en la creación de pequeños conflictos vocales de conciencia. Las revelaciones del sociólogo noruego Johan Galtung en 1965 sobre el Proyecto Camelot, en el que varios antropólogos fueron acusados de trabajar en diversos programas no clasificados de contrainsurgencia en América Latina, encendieron la controversia en la AAA.
Como consecuencia de todas esas revelaciones, el encuentro anual de 1971 de la AAA se transformó en un sacudimiento tumultuoso después de que un comité liderado por Margaret Mead propusiera crear un reporte que eximía de cualquier responsabilidad a los antropólogos acusados. El debate concluyó con el rechazo por parte de la mayoría de los miembros de la asociación al reporte de Mead. Como el historiador Eric Wakin lo señaló en su libro Anthropology Goes to War (La antropología va a la guerra), aquello “representó un cuerpo organizado de jóvenes antropólogos rechazando los valores de los viejos”.
Tomado de: The Nation.
Traducción: José Luis Duran King.
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